No soy ni lo pretendo, una experta literata, pero sé lo que me resuena y me llega, solo de ahí esta incursión en lecturas relacionadas con el fin de la vida.
Son las once de la noche y voy a escribir este post antes de que se me pase. Antes de que se me olvide este descorazonador malestar mezcla de frustración y rabia. Porque saber teóricamente que el olvido entra dentro de la normalidad de los días, no me ha ayudado hoy . Saber cómo digo a mis usuarias, que llegará el día en que olvidemos la cara de ese ser que amamos y que se fue, no me ha servido de consuelo cuando hoy, cerca de las 17h, su hermana me ha recordado que es 13 de febrero, que mi madre hoy, hubiese cumplido 73 años.
No me gustan los eufemismos, así que el título tiene la intención de llamar las cosas por su nombre, ¿Nos rechina? Pues si ya os digo que he tenido una experiencia "mortal", os va a sonar a guasa, pero no.
La formación en duelo, habilidades relacionales o comunicación eficaz y compasiva en el fin de vida, es una carencia casi generalizada en los planes de estudios de los profesionales de la salud. La medicalización de la muerte que percibo, sumada a esta carencia, me hizo, hace unos meses, "buscarme las habichuelas" en la única formación de doula disponible en la península. Esta semana nos hemos encontrado veinte mujeres dispuestas a ser semilla de un cambio social: acercarnos a la muerte como fuente de vida.
Esta mañana hemos venido a un escaner urgente que ha tardado 10 días. No nos lo hicieron en urgencias, pero nos derivaron a este circuito en el que en 15 días más o menos tendremos un diagnóstico, todo distinto a lo que pasó con mi madre que rabiaba de dolor. Mi padre no tiene dolor, solo una masa de 7 centímetros que ha crecido en los 2 meses que no le hemos prestado atención.